La tortuga del catolicismo


La cúpula del Escorial, bajo el bautismo
del agresivo sol que irrita, ciega y daña,
es el caparazón de hipocondría y saña
de la inmensa tortuga del catolicismo.

Tartamudea el esquilón en la espadaña...
Guarda el macizo templo que se agobia a sí mismo
el detestable gusto del jesuitismo
sobre el triste panteón de los reyes de España.

... Un inquisitorial esfuerzo de pigricia
de Felipe y de Herrera. La fe que ajusticia
le ha dado al Monasterio color de ictericia.

¡Siniestro galápago, grave, ocre y moroso,
simbolizas la fuerza estéril del coloso
que al encontrarse feo se torna bilioso!


Mauricio Bacarisse

Un minuto para lo absurdo


Érase una vez un hombre que tenía miedo de sus huellas. De modo que, en lugar de caminar, se puso a correr, con lo que únicamente consiguió aumentar el número de sus huellas.

Anthony de Mello

Siddaharta


Sin saber si existía el tiempo, si había pasado un segundo o cien años, desconociendo si eran realidad un Gotama, un Siddharta, si vivía el yo y el tú, alcanzado su interior por una flecha divina cuya herida es dulce, encantado y roto su corazón..., Govinda permaneció todavía un tiempo inclinado sobre el rostro bronceado de Siddharta, el que besara hacía un momento, el que fuera escenario de todas las transformaciones, de todos los orígenes, de todo lo existente.
El rostro de Siddharta no había cambiado tras cerrarse en su superficie la profundidad y la multiplicidad; sonreía serena, suavemente, quizá muy bondadoso, acaso irónico, exactamente como había sonreído el majestuoso.
Govinda se inclinó profundamente: las lágrimas rodaron por sus mejillas arrugadas, sin que él siquiera lo notara; sintió como fuego su más profundo amor, su más modesta veneración en el alma. Se inclinó ante Siddharta casi hasta el suelo; Siddharta permanecía sentado, sin moverse, y su sonrisa recordaba que jamás había amado, que nunca en la vida había tenido algo que considerase valioso y sagrado.

Hermann Hesse

IDILIO

Tú querías que yo te dijera
el secreto de la primavera.

Y yo soy para el secreto
lo mismo que es el abeto.

Árbol cuyos mil deditos
señalan mil caminitos.

Nunca te diré, amor mío,
por qué corre lento el río.

Pero pondré en mi voz estancada
el cielo ceniza de tu mirada.

¡Dame vueltas, morenita!
Ten cuidado con mis hojitas.

Dame más vueltas alrededor,
jugando a la noria del amor.

¡Ay! No puedo decirte, aunque quisiera,
el secreto de la primavera.


F. Garcia Lorca

ÁGAPE


Hoy no ha venido nadie a preguntar;
ni me han pedido en esta tarde nada.
No he visto ni una flor de cementerio
en tan alegre procesión de luces.
Perdóname, Señor: ¡qué poco he muerto!
En esta tarde todos, todos pasan
sin preguntarme ni pedirme nada.
Y no sé qué se olvidan y se queda
mal en mis manos, como cosa ajena.
He salido a la puerta,
y me da ganas de gritar a todos:
Si echan de menos algo, ¡aquí se queda!
Porque en todas las tardes de esta vida,
yo no sé con qué puertas dan a un rostro,
y algo ajeno se toma el alma mía.
Hoy no ha venido nadie;
y hoy he muerto ¡qué poco en esta tarde!

César Vallejo

Tratados filosoficos


"El aspecto del mundo sólo nos es soportable cuando le vemos a
través del humo del fuego de pasiones agradables, unas veces oculto
como un objeto de adivinación, otras empequeñecido y abreviado,
otras indistinto, pero siempre ennoblecido. Sin nuestros afectos, el
mundo es número y línea, ley y absurdo; en todo caso la paradoja más repulsiva y pretenciosa."

"Nuestras pasiones son la vegetación que cubre la roca desnuda de
los hechos."

Friedrich NIETZSCHE

El sabio no tiene ideas


(...) Mientras los demás encarnan diferentes aspectos de la sabidu­ría, uno la «pureza», otro el «sentido de la responsabilidad», otro el carácter «acomodaticio», para Confucio «es el momento de la sabi­duría», lo que equivale a esta ecuación: lo «posible» es el «momento». «Confucio» no manifiesta tal o cual aspecto par­ticular de la sabiduría, sino la sabiduría que puede realizarse en cada instante, y según sus aspectos más diversos, variando de un po­lo a otro -de la complacencia a la intransigencia- y, por tanto, cubriendo la gama entera. Vemos así por qué Confucio «no tiene ideas»: no sólo porque una idea es demasiado individual (al provenir de un punto de vista particular), sino también porque una idea es en exceso general: transciende abusivamente la diferencia de los «momentos». Una idea está paradójicamente viciada por los dos lados: a la vez de­masiado parcial («una» idea, mi idea) y demasiado abstracta (co­mo «idea»); al mismo tiempo restrictiva (porque privilegia) y ex­tensiva (subsume casos muy diversos). En cambio, al adaptarse a la posibilidad del momento hasta el punto de borrar todo yo perso­nal, Confucio consigue mantener una normatividad, pero sin que sea exclusiva y categórica; y es variando así de un polo al otro, de un extremo al otro, como puede realizar el justo medio continuo de la regulación. Pero es necesario precisar lo que se entiende por «justo medio». La noción nos parece familiar, corriente, trasnochada hasta el punto de no esperar ya nada de ella, reconozcámoslo. Hace ya tiempo que la filosofía desistió de sacar de ella un provecho teóri­co y, abandonándola, la relegó a las trivialidades de un tópico. Inconsideradamente quizá, porque puede que ese lugar común del justo medio resulte ser más paradójico de lo que parece y conten­ga recursos aún inexplorados.

­François Jullien