La copa


Fantasmas en la noche,
con labios invisibles,
han dicho una palabra.
Y en las zarzas se asoman,
tímidos, uno a uno,
los gnomos que tan sólo
salen a media noche
a recoger bellotas
y agua de la fontana.
Como las viejecitas
de los cuentos de los niños,
los gnomos, uno a uno,
salen de entre laureles.
–Hijos de las estrellas,
traspasando los siglos
cual pasa una saeta
los fosos de un castillo,
he venido hasta el prado
donde cogéis bellotas
y agua de las fontanas
en la hora de la muerte.
–Oh, brote de la viña
gloriosa de las gestas,
que el tesoro de Nybling
arrojaste en el lago.
El tesoro de Nybling
tenía ópalos finos
como uñas de sirenas,
y esmeraldas clarísimas,
y esmaltes milagrosos,
y todas las sardónicas
del harpa suave y magna
de Salomón, tirano ...
Pero había una copa,
más que todas divina,
toda de oro labrado,
donde un forjador puso
a Deucalión y Pyrra
llorando en el Parnaso
la desnudez del mundo ...
–Hijos de las estrellas,
aquella copa mágica,
más que todas divina,
toda de oro labrado,
la traigo bajo el manto.
Dadnos la copa mágica,
¡oh, Sigfrido, oh, Sigfrido!,
dadnos la copa mágica,
más que todas divina,
para beber en ella
el elixir de lirios,
que pone en el cerebro
la alegría del cielo
con la paz de la muerte...
Porque antes fuimos, antes,
los gnomos de las danzas
la luz de la luna,
con caperuzas rojas,
con escudos de hongos.
Y hoy, hombrecillos trágicos,
tenemos en los pechos
el dolor de los hombres:
la conciencia del mal...
Dadnos la copa mágica,
sombra de la leyenda.
(Y el ruego era un gemido
largo, como de harpa
que cae en los umbrales
de un palacio desierto.)
... Una mano invisible
la crátera ha tendido...
En la copa de oro
beben los geniecillos
la alegría del cielo
con la paz de la muerte.
Y la sombra del héroe,
por siempre silenciosa,
con Balmung a su cinto
se desvanece como
la burbuja en la llama.
Donde estaba su sombra
vienen haces de cuervos.
Después no hay más que luna
sobre las piedras blancas
donde duermen los cuervos.

Enrique Banchs

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